Escucho y escribo

En estos momentos difíciles que transita la patria, es necesario que recurra al joven rebelde que siempre fui, conforme fueron pasando los años, ese joven mantuvo la mística necesaria en mi, como para no perder la lucidez que solo da el amor y la pasión por lo que hacemos.
Con esa mística, esa dulce rebeldía, esa pasión y ese amor, vuelvo a alzar mi voz en medio del descalabro obnubilante de un presente de caos moral. Impasibles observamos los dardos inmobilizantes de los hechos, las narraciones televisivas orientadas a pegarnos en el centro de nuestra estabilidad emocional. La gratuidad con que las palabras sin sentido se expresan por doquier en la voz de desconocidos personajes que se erigen como modelos de una sociedad ficticia. Un modelo que no es el nuestro, una nación que se diluye con mentiras y falsedades de quienes solo buscan poder y dinero.  Es verdad que venimos del ostracismo impuesto y permitido, donde el curso difuso de un proceso, diluyó proyectos de buena fe, cuando aún nuestra constitución nacional se alzaba como un muro de resguardo a nuestros valores. Cuando la fe de un pueblo era la hierba fresca donde nuestros pies caminaban seguros. Sin patria y sin Dios. Sin valores y sin fe. Sin esperanza y sin presente. Sin dignidad y sin honor. Estamos en este punto, a merced de tiradores expertos en hacernos su blanco. Con palabras, hechos y balas. Así de expuestos a la violencia, erguida como un majestuoso monumento de país tomado. Ocupado. Desterrado. Como Job, el profeta bíblico, arrojados a las afueras de nuestro territorio, despojados de todo. Tierras, salud, alimento, vivienda, trabajo, respeto. Apestados por la muerte social y la ignominia. No es nuestro destino. No debe serlo. No debemos aceptarlo como tal. No podemos permitir que lo que nos fue dado por derecho e historia, por nuestros próceres y mártires, sea mansillado descaradamente por la ostentación del cinismo de la hora. De la desaprensión militante, que se erige como bandera burlona, considerándonos débiles y derrotados. Recurramos al joven que está en nuestro corazón herido. Al que soñaba. Al que militó en las horas tan terribles como estas. Al que soportó y sobrevivió. No recurramos a los muertos otra vez. Recurramos a los jóvenes que hemos sobrevivido y al cual la historia aún no ha reivindicado como tal.  Los verdaderos victoriosos. Los que seguimos teniendo voz, memoria, sapiencia que dan los años de injusticia. De esperar que la semilla de la democracia que plantamos otrora, diera sus frutos algún día. No fue así. Estamos en el zenit del fracaso. Invadidos. Con la esperanza debajo del brazo, como un diario viejo sin portada. Sin hojas escritas. Me rebelo. Mi dignidad y mi honor me ofrecen un asiento como a la abuela que sube al micro. Y el paisaje que observo desde la ventanilla, moviliza mis labios. Susurro un basta con eco. Otro basta con eco. Me escucho y escribo. Te escribo a vos, si estás ahí. A vos, si me podes oir. Para que dejes de ser una silueta.
Mabel Pappano

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