Muñecas: Seres incondicionales que te acompañan en el camino de la vida...




Las muñecas son, en la mayoría de los casos, el primer regalo que recibimos las nenas por parte de sus padres, madres, tías, abuelas y amigas...En un principio, nos acompañan para enseñarnos a dialogar, en el juego de a dos... a enamorarnos, cuando queremos que nuestra amiguita se "enamore" o se "case" con un muñeco...aprendemos a contar secretos, inventar, imaginarnos historias hermosas y con finales siempre felices.
También, aprendemos a ser mamás...a maquillarlas, a cortarles el pelo, pintarle los labios, las uñas...cortarle las manos a las Barbies, cuando en realidad, lo que queremos es hacerles manicure...

Era apasionante y divertido pasar toda una tarde jugando en el parque de casa a bañarlas, peinarlas, cambiarles el vestuario, ponerle zapatitos, sentarlas en fila y merendar con ellas.
A veces, el Sol era tan fuerte que tenía que ponerles sus sombreros...nunca tuvieron "sombrilla"; pero sí, un montón de árboles, y un césped muy cómodo para aliviar el calor...
A veces, se quejaban por cómo quedaba su cabellera rubia después de pasar la tarde tiradas afuera...pajoso y crespo, por suerte, mamá (yo), las bañaba con enjuage cuando me tocaba la hora de la ducha.
Entre mis Barbies, no había competencia ni concursos de belleza...todas eran hermosas, distintas, no todas eran rubias. Las había castañas, pelirrojas y  morochas.
Un sólo hombre hubo en sus vidas...Aladin. Ken nunca se hizo cargo, por eso, tuvimos que conseguir un hombre de Oriente que no le preocupara tener tantas mujeres. Entonces, una noche de Navidad, Aladin, las conquistó con tan sólo una mirada...A ellas, tampoco les molestó, porque su amor por él era tan grande que no les importaba compartirlo.

Cuando fui creciendo, las iba abandonando de a poco, ellas lo sentían. Pasaban días, e incluso semanas que no les camabiaba el vestido, los zapatos, que no las bañaba...o lo que era peor, un baño de crema para el cabello!
Me odiaban.
Hasta que un buen día, las senté a todas, como era de costumbre, una tarde a merendar y les confesé mis problemas. Estaba creciendo y otras situaciones se iban interponiendo en nuestra relación...Tenía otras prioridades, obligaciones que cumplir y el tiempo que me ocupaba la escuela era tal que a veces, me olvidaba por completo que ellas eran mis mejores amigas...siempre lo fueron. Las hermanas que nunca tuve, y las hijas que deseaba tener...

Tomé la decisión de llevarlas de vacaciones, a un lugar oscuro, pero seguro.
Al placard.
Allí no pasarían frio, ni calor, ni sus vestidos se estropearían, ni sus cabellos se pondrían crespos.
Nunca sufrí tanto.
El hecho de tener otras responsabilidades que no incluyan tener que jugar con ellas, me ponía muy mal. Lloraba, las extrañaba, sufria. No tenía con quien hablar...
Hasta que en otra etapa de mi vida aparecieron unas muñecas más grandes que ellas, pero no eran lo  mismo. Éstas eran ácidas...unas muecas que asustaban. Inspiraban temor a la noche, cuando quedaba sola durmiendo en mi habitación.
Una vez, le pedí a mi mamá que se las llevara o las escondiera, que no quería dormir con ellas.
Osos, muñequitas de porcelana, chiquitas y grandes...todas pasaron por mi vida.

Hoy, a mi edad, las volví a despertar...a diferencia de Toy Story, jamás las regalé, ni lo haría nunca. Cada vez que voy a  mi casa, allí están, estáticas, esbeltas, preciosas...con sus vestidos impecables, sus rostros inmaculados, sus cabelleras largas, suaves y cuidadas...ahora la que juega con ellas, es mi mamá.

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